La guerra entre Rusia y Ucrania, iniciada en 2022, reavivó debates sobre identidad, soberanía y cultura. En el centro de este conflicto, el idioma ha desempeñado un papel estratégico y simbólico. La disputa entre el uso del ucraniano y del ruso trasciende la comunicación: se ha convertido en un marcador político y una herramienta de resistencia.
Históricamente, el territorio ucraniano pasó por períodos de intensa rusificación, especialmente durante el Imperio Ruso y la era soviética. El ruso fue promovido como lengua oficial, mientras que el ucraniano fue marginado, asociado a la vida rural o al atraso. Incluso después de la independencia de Ucrania, en 1991, el ruso mantuvo una fuerte presencia en regiones como Donetsk, Luhansk y Crimea.
Sin embargo, tras la invasión rusa de 2022, muchos ucranianos rusohablantes comenzaron a adoptar el ucraniano como un acto de afirmación nacional. La elección del idioma se convirtió en una declaración de pertenencia y resistencia al poder ruso. Campañas educativas y culturales han incentivado la sustitución del ruso por el ucraniano en escuelas, empresas y medios de comunicación.
Este fenómeno no es aislado. La historia muestra que, en los conflictos por soberanía, el idioma a menudo se convierte en un campo de batalla simbólico. En Lituania, Georgia y Estonia, por ejemplo, el abandono del ruso también fue parte del proceso de descolonización cultural tras la caída de la Unión Soviética.
En Ucrania, esta transición lingüística es compleja. Millones de ciudadanos aún se expresan mayoritariamente en ruso, y existen debates sobre cómo garantizar sus derechos sin comprometer el fortalecimiento del ucraniano como lengua oficial. El equilibrio entre inclusión y resistencia política es delicado.
La situación revela que los idiomas no son neutros. Cargan con memorias, ideologías y relaciones de poder. En tiempos de conflicto, hablar una lengua puede ser interpretado como un acto político —voluntario o no—.
En el caso ucraniano, la promoción del idioma nacional se ha convertido en parte de la estrategia para fortalecer la identidad y la cohesión social. Pero también plantea cuestiones sobre el bilingüismo, las minorías y los límites entre la política lingüística y la libertad individual.
En resumen, la disputa entre el ucraniano y el ruso ejemplifica cómo el lenguaje está profundamente entrelazado con cuestiones geopolíticas. Lo que se habla, dónde y cómo, puede determinar no solo la identidad de un pueblo, sino también su lugar en la historia.